Confucio estaba mirando a la catarata de Luliang…
El agua cae desde una altura de unos 30 metros, y su espuma se extiende alrededor de 24 kilómetros. Ninguna criatura podría sobrevivir en esas aguas.
Sin embargo, Confucio vio cómo un anciano se metía en ellas. Pensando que quizá el anciano tenía problemas y pretendía acabar con su vida, Confucio mandó a uno de sus discípulos que corriera para intentar salvarlo desde la orilla.
El anciano emergió a unos cincuenta pasos de distancia y, con los cabellos chorreando, se acercó alegremente a la orilla.
Confucio lo siguió, y cuando lo alcanzó le dijo: Por un momento pensé, señor, que era usted un espíritu, pero ahora veo que es un hombre. Por favor, dígame: ¿hay algún sistema para manejarse así en el agua?
–No, no tengo ningún sistema; salto con el remolino, salgo con la corriente. Yo me acomodo al agua, no intento que el agua se acomode a mí. Y de esta manera puedo manejarme en ella.