Hay un solo antídoto para tanta demencia: hacernos siervos incondicionales del Amor. Dice la Escritura: "Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro o bien se dedicará al primero y no al segundo". Más claro imposible: o te alistas en las huestes del ego o sirves a la Paz del Amado; en "Un Curso de Milagros" leemos: "cuando no estás amando, estás odiando".
El miedo es un estado de ausencia: de él han desertado la cordura, la inteligencia y el Amor (la eterna Presencia del Uno en nosotros).
El miedo es un habitante que cree haber sido desalojado de su hogar y deambula sonámbulo en miles de ruinosos simulacros de casas imaginados por él mismo: en cada simulacro, halla un motivo de terror que le hace construir una barrera, desplegar un violento sistema de defensa, iniciar una guerra; dividido en mil falsas facetas, tal siervo del temor contiende en mil guerras imaginarias, paralelas; el Amor, en cambio, es apacible palacio para quienes se saben presentes en la íntegra Gloria del Padre –eximidos de todo sueño o pensamiento destructivo.
El miedo abunda en dualidades, en separaciones: mi cuerpo separado de otros cuerpos; la mente en guerra contra el cuerpo (estado que llamamos enfermedad); el humano que se siente separado de la Naturaleza y la percibe como enemiga a la que se debe explotar; el hombre incapaz de llamar hermano a su enemigo; el individuo que se siente separado de Dios, triste amante aislado de su Amado; el hijo que no halla al Padre en su propio templo interno y que vaga desorientado por tortuosos templos externos; el ser biológico amputado de su ser espiritual; la gota inconsciente de su propia grandeza, incapaz de percibir su conexión con el océano que es el Universo.
El Amor es simple: carece de dualidades; en Él, dos es siempre igual a Uno, el infinito es siempre igual a Uno: es tu perfecta conciencia de la Unidad.
Cuando crees que hay algo distinto al Uno es porque estás odiando. Porque la conciencia del Uno –que es toda Amor- es incapaz de verse separada en múltiples "otros".
En tal sentido, Thomas Keating, monje católico creador de la Oración Centrante, asevera: "el primer paso en nuestro viaje espiritual es la comprensión de que existe un Poder Superior, o Dios, al que provisionalmente llamaremos el Otro; el segundo paso, es tratar de convertirse en ese Otro; el tercer paso, es la comprensión de que no hay Otro; tú y el Otro son Uno; siempre ha sido así y así siempre será".
Hechos Uno, ¡qué fácil es convertirnos en siervos del Amor incondicional! Porque como dice el Srimad-Bhagatavan: "Sólo hay una verdad, una existencia, un conocimiento: la conciencia unitaria, pura, invariable, más allá de la materia y el objeto. Este conocimiento es Brahman (Dios), el Señor del Amor".
Carmelo Urso